sábado, 26 de abril de 2008
Sapere aude o la educación como invitación a pensar
En las siguientes líneas se pretenden plantear algunas de las ideas que encontramos acerca de la educación en el texto: Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la ilustración? del filósofo alemán Immanuel Kant. Para desarrollar tal ejercicio partiremos de un esbozo de lo que podríamos considerar hace el autor con este corto documento que apareció en la revista alemana Berlinische Monatsschrift el 6 de diciembre de 1784. Hemos tomado como referencia para este propósito el texto original de Kant que fue publicado en Colombia en la revista Educación y sociedad de la Universidad Externado en 1984 y un cometario acerca de este texto que publicó Michel Foucault en su obra Estética, ética y hermenéutica (1999).
Kant realiza, a nuestro modo de ver, tres ejercicios en el texto; primero describe un estado propio de la sociedad, según su perspectiva la sociedad humana ha llegado a un momento tal de desarrollo que le es posible la ilustración; segundo plantea una crítica, a pesar de haber llegado a este estado no ha conseguido ser una sociedad ilustrada y esto se relaciona con el hecho de que gran parte de los seres humanos se han acostumbrado a una condición de minoría de edad, es decir, de falta de voluntad para valerse por si mismos de la razón; tercero hace un llamado o invitación, si esto es de tal modo tendría que indicarse que la ilustración es una salida de esa condición de minoría de edad de la cual las personas mismas son culpables, pues, no es propiamente una incapacidad lo que las somete a ella sino la pereza y la cobardía, en tal sentido, el emblema de la ilustración es: ¡sapere aude! Ten valor de servirte de tu propio entendimiento.
Para Kant esta divisa se convierte en un deber moral de todo ser humano pues: “Un hombre puede, con respecto a su propia persona y por cierto tiempo, postergar la adquisición de una ilustración que está obligado a poseer; pero renunciar a ella, con relación a la propia persona, y peor aún con referencia a la posteridad, significa violar y pisotear los sagrados derechos de la humanidad.” (Kant, 1984, 39) Resulta un crimen negarse o negarle a alguien la posibilidad de ilustrarse, de poder pensar por si mismo, de valerse de su propio entendimiento, pues, según el autor, la ilustración permite el progreso del conocimiento y tal progreso ha sido indispensable para el avance de la humanidad.
Ahora, para ese desarrollo de la ilustración, advierte Kant, se requiere de la libertad de hacer uso público de la razón, entendiendo por tal la posibilidad de razonar de manera autónoma sin atenciones y adaptaciones a un medio determinado, razonar como miembro de una comunidad razonable que se expresa libre y públicamente. De tal modo el progreso de la ilustración implica, desde el punto de vista político, la ausencia de toda persecución en contra del pensamiento.
La ilustración aparece así como un problema político, como un deber moral y como un estado propio de las sociedades modernas. Aclarando esto, la pregunta que tenemos que hacer ahora para cumplir nuestros fines es: qué relación tiene la educación con la ilustración. Para solucionar el cuestionamiento pretendemos argumentar a favor de la idea de que esta concepción de ilustración implica una noción, un concepto particular de educación.
Con objeto de delinear este concepto partiremos de un examen acerca del impacto de la ilustración en el ámbito de lo pedagógico. Lo que observamos es que la respuesta kantiana a la pregunta qué es la ilustración entra a señalar una serie de prácticas que desde el Estado, la escuela y la misma individualidad, deberían ser desarrolladas frente a la posibilidad de adquisición y desarrollo del conocimiento.
El Estado, desde la perspectiva kantiana expresada en el texto, tiene como exigencia impulsar y permitir el desarrollo de la ilustración, para ello debe impedir que se le coloquen limites al uso publico de la razón, es decir, debe favorecer la libertad de pensamiento, y, por otro lado promover la trasmisión y el avance del conocimiento.
La escuela adquiriría, según Kant, la obligación de invitar e incitar a pensar, de favorecer y defender irrestrictamente la posibilidad de hacer uso público de la razón; sapere aude se coloca como el principal lema educativo. De este modo, la educación jugaría socialmente el papel de quien abre las puertas, desata los grillos y estimula el progreso humano a través de la crítica y la formulación de salidas posibles, de mundos mejores. A su vez, el individuo tendría que estar presto a vencer la comodidad que le ofrece la minoría de edad, a romper con la idea de que es mejor que otro piense por él, a negarse a requerir en todo caso y en todo lugar de un tutor.
De esta manera, la educación queda planteada como una actividad que requiere del compromiso de la sociedad en su conjunto, de la humanidad en pleno, pues, en gran medida de ella depende el avance de la ilustración y por esta vía del progreso humano. Pero, bien vale la pena señalar, que aquí la educación no esta pensada exclusivamente como trasmisión de conocimientos, sino fundamentalmente como una invitación al uso público de la razón, es decir, como un impulso que se coloque a favor del desarrollo del pensamiento autónomo de los individuos.
Quizás, aquí yace uno de los problemas centrales de la educación, que esta pueda llegar a ser entendida como consecuencia y a la vez impulsora de la libertad, Kant indica que el tutor: “Después de haber atontado a su ganado doméstico y de haber impedido cuidadosamente que estas pacíficas criaturas no osen dar un solo paso fuera de las andaderas en las que las encerraron, les muestran luego el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas.” (Kant, 1984, 31) Y en muchos casos es el docente quien hace las veces de tutor, el que puede ubicarse como un obstáculo, como una barrera que impide el desarrollo de los ya débiles deseos de pensar de sus estudiantes. Resulta paradójico entonces que esos mismos docentes, aquellos tutores satisfechos de su autoridad, son quienes reclaman y exigen luego el uso del pensamiento.
Por lo anterior, la labor de educar tiene desde el punto de vista kantiano una serie de implicaciones morales ineludibles, sobre todo si se piensa que con ella es posible el desarrollo y el progreso humano. La principal, a nuestro modo de ver, ha de ser, encarar esta labor como una actividad en favor del pensamiento autónomo, de la crítica y necesariamente de la libertad... en la actualidad, luego de 222 años de existencia, ese fragmento de la obra kantiana, La respuesta a la pregunta: ¿Qué es la ilustración?, sigue teniendo total vigencia y la tiene porque su proclama fundamental no se ha logrado desarrollar plenamente, ¡sapere aude! Atrévete a pensar.
Bibliografía:
Kant, Immanuel. (1984) Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la ilustración? Revista Educación y sociedad de la Universidad Externado de Colombia. Vol. I No. 2.
El concepto de Educación en Kant:
El concepto de Educación en Kant:
La educación, según Kant, es un arte cuya pretensión central es la búsqueda de la perfección humana. Esta cuenta con dos partes constitutivas: la disciplina, que tiene como función la represión de la animalidad, de lo instintivo; y, la instrucción, que es la parte positiva de la educación y consiste en la transmisión de conocimiento de una generación a otra.
Educarse, de acuerdo a la perspectiva kantiana, le resulta indispensable al ser humano por tres razones: Primero, porque “únicamente por la educación el hombre llega a ser hombre” (Kant: 31), antes de ella un individuo de la especie se encuentra sumido en una condición que no es la propiamente humana. Esto nos conduce a la idea de que el ser humano se encuentra en una situación de desigualdad frente a los otros animales, pues lo que le caracteriza como especie no lo adquiere plenamente por vía genética sino que lo logra educándose. Segundo, porque esa desigualdad se traduce en una debilidad relativa, “el hombre es la única criatura que ha de ser educada” (Kant: 29), la educación queda planteada también como una salvaguarda que faculta al ser humano para defenderse en la realidad, le ofrece las herramientas que desde el punto de vista instintivo le son limitadas. Tercero, porque esas facultades alcanzadas por medio de la educación no sólo son herramientas para su subsistencia, sino que, al mismo tiempo, son el gran secreto de la perfección de la naturaleza humana (Kant: 32).
Hasta aquí la educación aparecería como una necesidad, no obstante, Kant se ocupa de subrayar que también es una responsabilidad; este aspecto está vinculado con algo que se ha expresado líneas arriba, en la educación yace la posibilidad de la perfección humana, de la dicha futura de la especie, de una condición ideal que puede ser planteada como destino. Si esto es así el ser humano ha de intentar alcanzar su destino y por tanto debe construir un concepto de él que se coloque como fin del proceso educativo; es decir, la especie humana tendría un deber moral ineludible educarse para buscar su destino (Kant: 33-34).
Pero, el ser humano no puede obrar aisladamente para el cumplimiento de esta labor, “No son los individuos, sino la especie humana quien debe llegar aquí – a su destino -” (Kant: 34). Esto conduce a Kant a percibir la educación como un arte que ha de ser perfeccionado por muchas generaciones, y, que por tanto, avanza poco a poco. Una generación trasmite el conocimiento y la experiencia a otra, y esta, en la medida de sus posibilidades, los aumenta para trasmitirlos a una nueva. La educación se encuentra vinculada entonces a los avances y retrocesos propios de la humanidad, del ser humano como especie. Aunque, esto no implica que los individuos no puedan y deban buscar educarse por si mismos, pero si, que el ideal de educación es construido social e históricamente.
Para este filósofo, ese destino ideal, esa realidad posible, ha de marcar tanto al acto educativo que llega a considerar que las nuevas generaciones deben educarse de acuerdo a ese futuro anhelado: “No se debe educar a los niños conforme al presente, sino conforme a un estado mejor, posible en lo futuro, de la especie humana; es decir, conforme a la idea de humanidad y de su completo destino. Este principio es de la mayor importancia.” (Kant: 36). De tal manera, la educación tendría que pensarse y partir de dos principios básicos para Kant, el cosmopolitismo o la universalidad y la idea de búsqueda de un futuro mejor para la humanidad.
Por los múltiples compromisos morales que desde esta perspectiva se vinculan a la actividad educativa, Kant sostiene que quienes deben ocuparse de la organización de las escuelas deben ser los conocedores más ilustrados, “personas de sentimientos bastantes grandes para interesarse por un mundo mejor, y capaces de concebir la idea de un estado futuro perfecto.” (Kant: 37). Si se suma esto al hecho de que advierte la necesidad de convertir la pedagogía en ciencia, se puede decir que Kant piensa la educación como una de las más altas labores humanas.
Una labor que no carece de dificultad, pues, como desde el comienzo del texto insinúa su autor, la educación está marcada por un juego dialéctico que goza de una enorme complejidad; en ella se debe conciliar una legítima coacción, la sumisión del individuo, con la facultad de servirse de su voluntad. Por ello Kant entiende que: “Al hombre se le puede adiestrar, amaestrar, instruir mecánicamente o realmente ilustrarle. (…) Sin embargo, no basta con el adiestramiento; lo que importa, sobre todo, es que el niño aprenda a pensar.” (Kant: 39) Y, si este es el fin inicial de educar sin duda el filósofo alemán esta pensando en que la educación es una herramienta indispensable para la libertad.
Presupuesto sobre los que basa su concepto: Hombre, sociedad, conocimiento.
Kant advierte en el documento que el ser humano se haya sometido a una condición de animalidad que les es natural, por esta razón el instinto y el capricho juegan un papel importante en su comportamiento, pues, pueden conducir a los miembros de la especie a desarrollar conductas inadecuadas que han de ser domeñadas. El dominio de este tipo de actuaciones es posible y necesario, por lo cual, el ser humano es para la concepción Kantiana expresada en el texto perfectible y por tanto educable.
Partiendo de esta idea la sociedad aparece en Kant como el conjunto de la especie humana, aquel que puede llegar a plantear un concepto universal de educación y perfección, un ideal que supera las nociones individuales y particulares que se pueden tener al respecto. Este precepto cosmopolita se constituye en medio del influjo de varias generaciones, en tal sentido, es histórico y la sociedad misma también lo es. De tal forma, el conocimiento es en Kant una producción humana que avanza poco a poco, que se transmite de una generación a otra para ser redefinido y aumentado, por tanto no es un producto acabado o irrefutable.